El quitasol
¡Qué majos!
En sus 17 años pintando para la fábrica de tapices, Goya eligió casi siempre escenas costumbristas al gusto de sus clientes. Obras que van desde juegos populares a misteriosas tragedias, pero siempre con un aire popular, del gusto de la aristocracia que decoraba sus palacios con este tipo de telas. Y nada más costumbrista y popular que esta especie de cortejo de un majo a una joven que va vestida a la moda francesa.
Estos eran los dos estilos de vestir en el Madrid de finales del XVIII: por un lado los majos, con trajes típicos de las clases populares que fueron imitados por las clases altas, y por otro los pisaverdes (o petimetres), que copiaban las modas francesas, a veces de forma bastante chapucera.
Goya utiliza para este cartón unos colores que se armonizan y se equilibran a la perfección, siguiendo el nuevo ideal neoclásico.
Temáticamente Goya bebe de la frivolidad rococó, aunque retrata este galanteo castizo sin apenas amaneramientos, con naturalidad, espontaneidad y realismo, para que quien mire el cuadro se sienta casi parte de él. De hecho, la señorita nos mira coqueta y sonriente, como dándonos la bienvenida a la pintura mientras sujeta el obligatorio abanico y disfruta de la sombra que le regala su amigo.
Que no falte tampoco la presencia de un perrito sobre la falda, un complemento más de la moda dieciochesca.