La Lechera de Burdeos
Culmen vital de un genio atormentado.
Hablar de Goya es hablar de uno de los grandes pintores de la Historia de España. Su obra es un reflejo no sólo de su tiempo, si no de su realidad y de sí mismo, de sus vivencias. Así, analizando sus cuadros, podemos conocer qué sentía cuando estaba pintando.
La vida de este genio se va nublando con el paso de los años. El Goya alegre e ilusionado que pintaba tapices en Madrid se convierte en un hombre oscuro y triste a medida que transcurre el tiempo. Las enfermedades que contrajo, la muerte de su esposa y la catastrófica guerra que vivió España, le hicieron sumergirse en un profundo dolor que exteriorizó en sus pinturas y grabados.
Lo que acabó completamente con él fue la vuelta a España de Fernando VII, quien impuso de nuevo el absolutismo monárquico. Goya, profundo defensor de las ideas de la Ilustración francesa, se sintió decepcionado ante semejante fracaso. La posibilidad de que lo persiguieran hizo que se exiliase en Burdeos, en busca de una nueva vida.
En Burdeos recupera la ilusión. Alejándose de sus demonios y de una España hundida, se siente libre y vuelve a disfrutar pintando. Esa libertad le permite experimentar y recorre caminos inesperados, pasando así de la más profunda oscuridad a una obra alegre y joven.
El último cuadro que se le atribuye es esta lechera, retratada a lomos de una mula. En él observamos un pintor ecléctico y contemporáneo. Difícil imaginarse que fuera pintada por un anciano de 82 años. El retrato, con un profundo trasfondo psicológico, mantiene la vitalidad de sus primeras obras rococó, combinada con la mancha, la pincelada corta y la expresividad características de su madurez pictórica.
El pintor maño culmina su legado con una obra que se anticipa al arte moderno. Se constituye así como un sólido referente para impresionistas y, posteriormente, expresionistas, que verán en la pintura de Goya, un punto de partida para la revolución que estaba a punto de comenzar.