Gustave Doré
Francia, 1832–1883
Gustave Doré es uno de los artistas más fascinantes del siglo XIX… que ya es decir.
Sus prodigiosas ilustraciones, de fama internacional, abarcan libros como La Biblia, La divina comedia, El paraíso perdido, El Quijote y demás grandes obras de la literatura universal, que muchos de nosotros tenemos visualmente en nuestras mentes gracias a sus dibujos.
Debió nacer ya con talento para el dibujo: con sólo 15 años, Doré ya tenía un contrato con varios periódicos para hacer una litografía semanal. Eran ilustraciones para textos de Rabelais, Balzac o Perrault, que le dieron una fama inmediata.
Dicha fama traspasa fronteras y muy pronto editoras de otros países piden que ilustre las obras de Poe, Shakespeare, Dante, Milon o Cervantes. Doré se convierte en una superestrella.
Su prestigio fue tal que en un punto llegó a cobrar 10 000 libras esterlinas al año (160 000 dólares aproximadamente). Por supuesto la crítica, siempre celosa de la popularidad de un artista, no arropó de todo a Doré. Hoy sabemos que es una soberana majadería: Doré no sólo fue un genial ilustrador desde el punto de vista técnico. Fue además un visionario con una imaginación y capacidad de observación desconcertantes, y sus dibujos fueron un ejemplo de comunicación para las masas, traspasando épocas, culturas e ideologías.
Desde luego tuvo el artista una gran influencia.: lo admiraron los pintores románticos, artistas como Van Gogh o los surrealistas.
Tras su muerte dejó una obra es delirantemente extensa. «¡Lo ilustraré todo!», afirmó en una ocasión… Pues casi.