Paul Klee
Alemania, 1879–1940
Para Klee la pintura no era una evasión, sino un instrumento visionario. Un medio de encontrar los mundos paralelos que sospechaban que se escondían tras la llamada realidad.
Para ello utilizó un eficaz instrumento: la abstracción.
Personaje inclasificable en ninguna de las vanguardias (que frecuentó y en las que tuvo buenas amistades), fue siempre por libre, quizás por ello sea hoy tan actual y fresco, nada desfasado.
Un pintor no debe pintar lo que ve, sino lo que se verá.
Suizo de nacimiento viviría casi toda su vida en Alemania, aunque viajó sin descanso por todo el mundo, donde descubrió colores y formas.
Tras un viaje a Italia, se asienta en Munich donde conoce a Kandinsky o Franz Marc y se «une» (recordemos su espíritu libre) al Blaue Reiter (el jinete azul), grupo expresionista.
Viaja a Túnez y Egipto sufre una epifanía:
El color me posee, no tengo necesidad de perseguirlo, sé que me posee para siempre… el color y yo somos una sola cosa. Yo soy pintor.
También le afecta, como no, su paso como soldado en la sangrienta I Guerra Mundial.
Klee enseñó después color en la Bauhaus, pero los nazis tachan su obra de degenerada y se exilia de nuevo a Suiza donde acaba muriendo.
La herramienta de Klee era el color y llegó a manipularlo con una enorme precisión y pasión. Color, ritmo, naturaleza, construcción y movimiento. Esos serían sus 5 temas.
Como a Kandinsky, la influencia de la composición musical es evidente en su pintura (fue también un excelente violinista)
Sus cuadros aluden casi siempre a la poesía, la música y los sueños, incluyendo a veces palabras o notas musicales.