Minimalismo
1960–1970
Menos es más.
Mies Van der Rohe
Frías, sólidas, lacónicas, austeras… Así son las esculturas minimalistas.
Volúmenes creados en materiales industriales que aparecen en una exposición, insondables, dominando de forma extraña el espacio, como el monolito de «2001: Una odisea en el espacio».
El término «minimal» fue utilizado por primera vez por Richard Wollheim en 1965 para referirse a las pinturas de Ad Reinhardt y a otros objetos de muy alto contenido intelectual pero de bajo contenido de manufactura.
El minimalismo deja fuera toda emoción. Es pura contemplación intelectual y objetiva, algo que llama la atención teniendo en cuenta el contexto político y social de cuando nacen en los años 60.
El minimalismo es, por así decirlo, como una performance. De alguna manera somo nosotros los espectadores los que hacemos la obra. Esto lo explican los propios artistas minimalistas al afirmar que estas esculturas sólo funcionan con público. Si no hay nadie, quedan desactivadas.
El minimalismo se basa en influír en el espacio que lo rodea y sobre todo, influír en quien está en este espacio.
Esta característica es propia de la escultura, sin embargo los minimalistas utilizaron con mucho cuidado la palabra «escultura». No querían saber nada del ilusionismo que conlleva el concepto, pues la escultura es, ni más ni menos, transformar una materia prima para convertirla en otra cosa. El material es clave para esta gente, mostrar simple y llánamente «el objeto».
Son obras rigurosas, muy precisas, como materiales industriales. El artista minimal no esculpe, no suda, no le salen callos en las manos de tallar material. El artista minimal presenta su «propuesta» (esta si es una palabra que les gustaba) y es otro quien hace la pieza final. Incluso eliminan todo rastro de su huella, de autoría.
El minimalismo es, como toda forma de arte, un intento de poner un poco de orden en un mundo caótico.
Es el último movimiento de la modernidad. Después de ellos, llegaría la posmodernidad.