Henri Matisse
Francia, 1869–1954
El gran artista del siglo XX junto a Picasso. Su revolucionario uso del color cambió la pintura y encabezó una de las primeras vanguardias, el fauvismo, del que acabaría evolucionando hacia un arte personal e inclasificable.
Su infancia fue poco inspiradora: «En mi pueblo si había un árbol en el camino lo arrancaban, porque arrojaba sombra a cuatro plantas de remolacha». Su padre le llegó a pegar un par de palizas cuando lo sorprendía dibujando «tonterías».
Así que el joven Matisse se marchó a París y se licenció en Derecho, llegando a trabajar brevemente como abogado, pero en 1889 le entró «la fiebre» de estudiar arte. «¡Te vas a morir de hambre!, ¿Me oyes, Henri…? ¡Es una carrera para vagabundos…!», gritó su padre.
El hombre ni se imaginó que su hijo sería uno de los artistas más ricos y apreciados de Francia.
Una vez infectado del arte, Matisse se formó con pintores como Bouguereau y Moreau, pero al conocer a los jóvenes que pintaban sin seguir reglas (Derain, Vlaminck…), se internó en un nuevo y desconocido lenguaje pictórico basado en el uso libre del color, el vigor expresivo y el rechazo a ser una mera imitación de la naturaleza.
Juntos expusieron en el ya mítico Salon d’Automne de 1905, donde el crítico Louis Vauxcelles les denominó despectivamente fauves (salvajes), nombre que adoptaron con orgullo. Matisse parecía enfrentarse a toda figura paterna que se encontraba en su camino.
Esos colores contrastados junto con la influencia de la escultura africana y otras culturas primitivas serán denominador común de esa etapa del pintor, pero sobre los años 20 el artista se serena un poco y comienza a tender a la sensualidad, el ornamento y la tradición. Es lo que pasa con la edad…
Exitoso, Matisse vendía cuadros como churros, al igual que su colega/rival Picasso. Y como este, tenía una debilidad sobre todas las demás: las mujeres. Pero a diferencia de Pablito, «la bestia sexual», Henri prefería observar. Un viejo voyeur que parecía canalizar toda su pasión en el arte.
De salud débil de toda la vida estaba siempre en cama o en una silla de ruedas. De hecho, hizo que pusieran la cama al centro de su taller, que estaba lleno de jóvenes mujeres, modelos y cuidadoras correteando. Su mujer Amélie poco podía hacer.